Por: Maria Olga Hurtado Recinos
Hablar sobre la maternidad no siempre es fácil. Existe un constructo social que ha romanizado la idea de ser madre y todo lo que conlleva: Qué las madres somos abnegadas, ejemplo de amor, que un embarazo es lo más maravilloso del mundo, qué ser madre es la realización de toda mujer, que si esto, que si otro… ¡Pamplinas! Todas estas “idealizaciones” se han generado a partir del discurso de dominación masculina, para poder justificar que las mujeres nos quedemos en casa y dediquemos a los hijos, para que los hombres puedan cumplir con su función de “proveedores y protectores” y se sientan “verdaderamente” hombres. Pero la realidad es tristemente otra: ni las mujeres que somos madres somos siempre abnegadas, ni los embarazados son lo más maravilloso del mundo, ni tener un hijo nos hace sentir o ser “más mujeres”.
Claro, cada quien vive la maternidad desde su propia subjetividad, es por eso que este escrito es simplemente una reflexión personal. Yo siempre quise ser madre, y no porque me lo impusiera la sociedad, sino porque yo quería ejercer mi maternidad, de allí que también me decidiese a ser madre con 40 años y en medio de circunstancias complicadas en mi vida. No me arrepiento para nada, y he disfrutado cada momento de mi maternidad, sin embargo, también me ha costado mucho conciliar esa parte mía de mujer trabajadora con la de ser madre. ¿Cuál ha sido la parte más difícil? El aprender a manejar la culpa, esa culpa que me genera dedicarle muchas horas al trabajo, y perderme algunos momentos del desarrollo de mi hija, esa culpa que genera ideas como “eres una mala madre por elegir tu profesión”, “podrías trabajar menos horas y estar más tiempo con la niña”, “debes limitar tus actividades estrictamente al horario de trabajo y cumplir con los horarios”. Todo esto se ha venido a complicar más desde un par de años en que me he convertido en “madre soltera”. Aunque afortunadamente mi hija ya no es pequeña, no obstante cargo conmigo siempre la culpa de no poder estar con ella y para ella como me gustaría. A esto se suma el estrés que conlleva coordinar horarios, viajes por trabajo, vacaciones de la escuela, formaciones profesionales, etc. con el cuidado de ella, una situación complicada en este país donde no cuento con mi familia ni con una red de apoyo.
Cuando era joven y empezaba la universidad, creía que sí era posible conciliar la maternidad con el trabajo: pensaba que contando con una red adecuada de apoyo y la repartición de las responsabilidades con mi pareja, esto no tendría porqué ser un problema. Y efectivamente en la situación ideal no tendría por qué serlo. Sin embargo, pocas situaciones son ideales y esto me ha tocado aprenderlo con el tiempo.
Ahora bien, ¿qué es lo que me ha ayudado a poder manejar esta situación de manera favorable? Lo primero ha sido el mejor regalo que pude haberme hecho y es hacer mi psicoterapia: a través de esta he descubierto el origen de mis sentimientos de culpa y he trabajado en mi propia historia de vida para comprenderme y aprender a re-configurar todas aquellas ideas que dificultan el ejercer mi maternidad y mi profesión libremente. Lo segundo, ha sido leer e informarme sobre la estructura social y la configuración patriarcal de la sociedad, para comprender el por qué las mujeres cargamos con tanta culpa por decidir trabajar fuera de casa y tener menos tiempo disponible para el cuidado de nuestros hijos. Lo tercero ha sido aceptar, que esta es la realidad en que nos toca vivir como mujeres, que mientras no exista un cambio biológico en la evolución y seamos nosotras las destinadas a embarazarnos, esto es lo que nos toca asumir: a través de la aceptación me he facilitado el encontrar un verdadero equilibrio entre ambos roles que ejerzo y que forma parte de mi y ser mujer.
¿Qué si es fácil?, ¡desde luego que no! Pero es posible… Mi esperanza es ser un buen ejemplo para mis hijas, y confiar en que ellas no tendrán culpa por querer ser mujeres, madres y trabajadoras.
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